
Impunidad y Abuso: Cómo el Tribunal de Frankfurt Protege a los Agresores Sexuales. Wie das Frankfurter Gericht Sexualstraftäter schützt.


Llegué a Alemania llena de ilusiones. Mi hermana me había hablado de un programa de intercambio como au pair, que consistía en brindar servicios de niñera a una familia alemana durante un período de seis meses a un año. Esto me ayudaría a aprender alemán y, posteriormente, me abriría la oportunidad de realizar estudios. Ahorré para mi viaje, apliqué al programa y creé mi perfil en varias páginas donde podía contactar a familias alemanas interesadas en el programa. Fue así como conocí al señor Olaf Konrad.
Él y su "esposa" estaban interesados en el programa y buscaban una niñera para sus cuatro hijos. Desde el principio, se presentó como una persona alegre y abierta a los extranjeros. Hicimos varias videollamadas en las que pude ver a los niños y conversar con él. Cuando llegué a Alemania, me recibió junto a una joven de aproximadamente mi edad, unos 23 años. Pensé que era su hija. Nos recogieron en la estación de Frankfurt y nos llevaron a su casa. Me informaron que al día siguiente, de madrugada, viajaríamos a Mallorca, pues él deseaba que pasara las vacaciones con los niños. Me pareció algo normal, ya que muchas familias alemanas veranean allí. Me aseguró que no debía preocuparme por nada, ya que con el contrato y el seguro que había solicitado, todo estaba en regla.
Durante el viaje en coche de Frankfurt a España, noté algo extraño: no íbamos con todos los niños. Solo estábamos él, la joven y un niño de cinco años. Cuando le pregunté, me dijo que el resto de la familia se uniría a nosotros en dos semanas. No cuestioné más. Sin embargo, me inquietó su comportamiento con la chica. Le acariciaba las piernas y el cabello de una manera que no parecía la de un padre con su hija. Más tarde, cuando hablé con ella, me dijo que no era su hija, sino su pareja. Estaban juntos desde que ella tenía 17 años y el niño que nos acompañaba era su hijo. Me quedé en shock. Él tenía más de 60 años y ella apenas pasaba los 20. Pero pensé que quizás se trataba de diferencias culturales.
A lo largo del viaje, el señor Olaf intentó acercarse a mí de manera extraña. En una ocasión, decidí ir a la parte trasera del coche a dormir, ya que nos habíamos levantado a las 4 a.m. para empezar el viaje. Me desperté al sentir movimiento en la cama. Cuando abrí los ojos, lo vi acostado junto a mí. Me dijo que también estaba cansado. Me levanté rápidamente y volví a la parte delantera, donde la joven estaba conduciendo. Aunque me pareció raro, intenté ignorarlo.
Al llegar a España, tomamos un barco hacia Mallorca. Dejamos el coche en un estacionamiento y nos dirigimos a nuestras habitaciones. Me sorprendió ver que solo había dos camas. Antes de irse, él me dijo, riendo: "Tú dormirás conmigo y Sorina con el niño". Me quedé en shock. No sabía si hablaba en serio o si era una "broma". En ese momento, busqué desesperadamente una alternativa para dormir sola. Encontré una cama escondida en la pared y la bajé. Era una de esas camas plegables que suelen estar en los barcos, empotradas en la pared y diseñadas para ahorrar espacio. Como era mi primera vez en un barco así, no sabía que existían este tipo de camas, por lo que fue un alivio descubrirla. De inmediato la preparé para poder dormir sola, alejándome lo más posible de él.
Las cosas se pusieron cada vez más raras e incómodas. Durante la comida, Sorina se fue con el niño a la habitación, dejándome sola con él. Cuando terminamos de comer, le sugerí que fuéramos con ella, pues quizá necesitaba ayuda. Él aceptó, pero mientras caminábamos, de repente tomó mi mano, me acercó a él e intentó besarme. Me resistí, pero aún así, me sujetó en un abrazo incómodo.
La situación empeoró rápidamente. Desde entrar desnudo a la piscina hasta contarme historias horribles sobre cómo una vez le destrozó la cara a golpes a un exnovio de Sorina. Varias veces, mientras estaba en la cocina, metió sus manos debajo de mi falda. Siempre le dije que no, le pedí que parara, pero él lo tomaba como un juego.
Hasta que una noche ocurrió lo peor.
Después de eso, viví aterrorizada. La finca donde nos quedábamos era grande. Me escapaba lejos de la casa a un rincón donde estaban los perros y me sentaba bajo una palma a llorar. Notó mi cambio de actitud. Me observaba, analizando cada uno de mis movimientos. Finalmente, decidió enviarme de regreso a Alemania, con el pretexto de que "no podía cuidar a sus hijas si estaba triste todo el tiempo".
Regresé a Alemania y me quedé con una amiga durante varias semanas. No quería hablar de lo sucedido con nadie. Pero mi mejor amiga, quien me había ayudado a encontrar un lugar donde quedarme, me insistió en que debía denunciarlo. Si después de todo iba a regresar a Panamá, al menos tenía que asegurarme de que no volviera a ocurrir con otra víctima.
Y lo hice.
Después de más de dos años de procesos, recibí la última respuesta del tribunal de Frankfurt.
Una respuesta con la que no estoy de acuerdo.
Vivir el trauma y la injusticia de un crimen tan terrible es algo que nadie debería tener que soportar. Además, ver cómo el sistema judicial opta por proteger al agresor en lugar de a las víctimas es indignante e inaceptable.
Recientemente, el Tribunal de Frankfurt tomó una decisión que ha dejado en claro que, en lugar de actuar en defensa de las víctimas, protege a los agresores. La decisión de no investigar a fondo, de no entrevistar a todas las partes involucradas y de no llevar el caso a juicio es una violación flagrante a los derechos humanos de las víctimas de abuso sexual. Esta decisión no solo perpetúa el sufrimiento de las víctimas, sino que también marca un precedente alarmante: los agresores sexuales pueden continuar con sus actos sin temer consecuencias. Esto envía un mensaje claro a todos los agresores: pueden seguir adelante con su violencia y salir impunes.
Mi caso, que involucra al señor Olaf, quien me contrató como niñera (au pair) para cuidar a sus niños en Alemania, es un ejemplo claro de cómo el sistema judicial puede fallar gravemente.
Cuando llegué a su casa, pensé que se trataba de un trabajo como niñera normal. Sin embargo, pronto descubrí que había sido engañada, ya que el señor Olaf tenia otros planes y así me utilizó para su propio beneficio en el extranjero. A pesar de tener toda la información sobre el abuso y la situación que viví, el Tribunal de Frankfurt decidió no investigar el caso ni tomar las acciones pertinentes para llevarlo a juicio.
El 24 de octubre de 2024, el Tribunal de Frankfurt, a través del 3. Strafsenat, desestimó mi solicitud de revisión judicial, refiriéndose al caso del señor Olaf sin tomar en cuenta la gravedad del abuso que sufrí. La Corte no tomó en cuenta las evidencias de que este hombre actuó con engaños, ni se molestó en entrevistar a todas las partes involucradas, lo que muestra una total falta de interés en hacer justicia. Esta decisión no solo me afecta a mí como víctima, sino que también sienta un peligroso precedente para todos los agresores sexuales: pueden seguir cometiendo estos crímenes sin consecuencias, sabiendo que el sistema judicial está fallando en su deber de proteger a las víctimas.
Exijo una revisión urgente de esta decisión judicial, no solo para que mi caso sea tratado con el respeto y la seriedad que merece, sino también para enviar un mensaje claro a las autoridades de que el abuso sexual debe ser erradicado y castigado. No podemos permitir que los agresores sigan libres, eludiendo la justicia por el simple hecho de que las autoridades optan por no investigar adecuadamente.
El abuso sexual no puede ser ignorado ni minimizado. Cada víctima tiene derecho a que su caso sea tratado con seriedad, que se investigue adecuadamente y que los responsables enfrenten las consecuencias de sus actos. Hago un llamado a la acción para que se revoque esta injusta decisión, para que los agresores no sigan caminando impunes, y para que todas las víctimas de abuso sexual reciban la justicia que merecen.
¡Es hora de que el sistema judicial responda por sus fallos y se ponga del lado de las víctimas, no de los agresores!
**Straflosigkeit und Missbrauch: Wie das Frankfurter Gericht Sexualstraftäter schützt**
Ich kam voller Hoffnungen nach Deutschland. Meine Schwester hatte mir von einem Au-pair-Austauschprogramm erzählt, bei dem man einer deutschen Familie als Kindermädchen für sechs Monate bis ein Jahr zur Verfügung steht. Dies würde mir helfen, Deutsch zu lernen und später die Möglichkeit eröffnen, ein Studium aufzunehmen. Ich sparte für meine Reise, bewarb mich für das Programm und erstellte mein Profil auf verschiedenen Plattformen, auf denen ich mit interessierten deutschen Familien in Kontakt treten konnte. So lernte ich Herrn Olaf Konrad kennen.
Er und seine „Ehefrau“ interessierten sich für das Programm und suchten ein Kindermädchen für ihre vier Kinder. Von Anfang an gab er sich als fröhliche und ausländerfreundliche Person. Wir führten mehrere Videoanrufe, bei denen ich die Kinder sehen und mit ihm sprechen konnte. Als ich in Deutschland ankam, wurde ich von ihm und einer jungen Frau, etwa in meinem Alter – um die 23 Jahre –, empfangen. Ich dachte, sie sei seine Tochter. Sie holten mich am Bahnhof in Frankfurt ab und brachten mich zu ihrem Haus. Sie teilten mir mit, dass wir am nächsten Morgen früh nach Mallorca reisen würden, da er wollte, dass ich den Urlaub mit den Kindern verbringe. Das erschien mir normal, da viele deutsche Familien dort ihren Sommerurlaub verbringen. Er versicherte mir, dass ich mir keine Sorgen machen müsse, da mit dem Vertrag und der Versicherung, die ich beantragt hatte, alles in Ordnung sei.
Während der Autofahrt von Frankfurt nach Spanien fiel mir etwas Seltsames auf: Wir waren nicht mit allen Kindern unterwegs. Nur er, die junge Frau und ein fünfjähriger Junge waren dabei. Als ich nachfragte, sagte er mir, dass der Rest der Familie in zwei Wochen nachkommen würde. Ich stellte keine weiteren Fragen. Doch sein Verhalten gegenüber der jungen Frau beunruhigte mich. Er streichelte ihr die Beine und ihr Haar auf eine Weise, die nicht nach einer Vater-Tochter-Beziehung aussah. Später, als ich mit ihr sprach, erzählte sie mir, dass sie nicht seine Tochter, sondern seine Partnerin sei. Sie waren zusammen, seit sie 17 war, und das Kind, das uns begleitete, war ihr gemeinsames Kind. Ich war schockiert. Er war über 60 Jahre alt, und sie war gerade etwas über 20. Aber ich dachte, vielleicht waren es kulturelle Unterschiede.
Während der Reise versuchte Herr Olaf, sich mir auf seltsame Weise zu nähern. Einmal ging ich nach hinten ins Auto, um zu schlafen, da wir um 4 Uhr morgens aufgebrochen waren. Ich wachte auf, weil ich Bewegungen spürte. Als ich die Augen öffnete, lag er neben mir. Er sagte, er sei auch müde. Ich stand sofort auf und setzte mich nach vorne, wo die junge Frau fuhr. Es kam mir seltsam vor, aber ich versuchte, es zu ignorieren.
Als wir in Spanien ankamen, nahmen wir ein Schiff nach Mallorca. Wir ließen das Auto auf einem Parkplatz stehen und gingen zu unseren Kabinen. Ich war überrascht zu sehen, dass es nur zwei Betten gab. Bevor er ging, sagte er lachend zu mir: „Du schläfst mit mir, und Sorina mit dem Kind.“ Ich war schockiert. Ich wusste nicht, ob er es ernst meinte oder ob es ein „Scherz“ war. In diesem Moment suchte ich verzweifelt nach einer Möglichkeit, allein zu schlafen. Ich fand ein verstecktes Wandbett und klappte es herunter. Es war eines dieser klappbaren Betten, die in Schiffen eingebaut sind, um Platz zu sparen. Da es meine erste Reise auf einem solchen Schiff war, wusste ich nicht, dass es solche Betten gibt, und es war eine Erleichterung, eines zu finden. Sofort bereitete ich es vor, um so weit wie möglich von ihm entfernt zu schlafen.
Die Situation wurde immer seltsamer und unangenehmer. Während des Essens ging Sorina mit dem Kind in die Kabine, sodass ich allein mit ihm war. Als wir fertig waren, schlug ich vor, zu ihr zu gehen, da sie vielleicht Hilfe brauchte. Er stimmte zu, aber während wir gingen, nahm er plötzlich meine Hand, zog mich zu sich heran und versuchte, mich zu küssen. Ich wehrte mich, doch er hielt mich in einer unangenehmen Umarmung fest.
Die Lage verschlechterte sich schnell. Von Nacktbaden im Pool bis hin zu schrecklichen Geschichten darüber, wie er einem Ex-Freund von Sorina das Gesicht zerschlagen hatte. Mehrmals, während ich in der Küche war, schob er seine Hände unter meinen Rock. Ich sagte ihm immer Nein, bat ihn aufzuhören, aber er nahm es als Spiel.
Bis eines Nachts das Schlimmste passierte.
Danach lebte ich in Angst. Das Anwesen, in dem wir wohnten, war groß. Ich floh weit weg vom Haus zu einem Platz, wo die Hunde waren, und setzte mich unter eine Palme, um zu weinen. Er bemerkte meine Veränderung. Er beobachtete mich, analysierte jede meiner Bewegungen. Schließlich entschied er, mich zurück nach Deutschland zu schicken, mit der Begründung, dass ich „nicht auf seine Kinder aufpassen könne, wenn ich die ganze Zeit traurig sei.“
Ich kehrte nach Deutschland zurück und blieb mehrere Wochen bei einer Freundin. Ich wollte mit niemandem über das Geschehene sprechen. Doch meine beste Freundin, die mir geholfen hatte, eine Unterkunft zu finden, bestand darauf, dass ich ihn anzeigen müsse. Wenn ich ohnehin nach Panama zurückkehren würde, sollte ich wenigstens sicherstellen, dass es nicht erneut mit einem anderen Opfer geschieht.
Und das tat ich.
Nach mehr als zwei Jahren Gerichtsverfahren erhielt ich die letzte Antwort des Frankfurter Gerichts.
Eine Antwort, mit der ich nicht einverstanden bin.
Das Trauma und die Ungerechtigkeit eines solch schrecklichen Verbrechens zu erleben, ist etwas, das niemand ertragen sollte. Zu sehen, wie das Justizsystem sich entscheidet, den Täter statt die Opfer zu schützen, ist empörend und inakzeptabel.
Das Frankfurter Gericht hat kürzlich eine Entscheidung getroffen, die klar zeigt, dass es sich nicht für die Opfer einsetzt, sondern die Täter schützt. Die Entscheidung, nicht gründlich zu ermitteln, nicht alle beteiligten Parteien zu befragen und den Fall nicht vor Gericht zu bringen, stellt eine eklatante Verletzung der Menschenrechte von Opfern sexuellen Missbrauchs dar. Diese Entscheidung setzt nicht nur das Leiden der Opfer fort, sondern sendet auch eine alarmierende Botschaft: Sexualstraftäter können weiterhin ungestraft handeln.
Mein Fall mit Herrn Olaf, der mich als Kindermädchen (Au-pair) für seine Kinder in Deutschland engagierte, ist ein klares Beispiel für ein Versagen des Justizsystems.
Am 24. Oktober 2024 wies das Frankfurter Gericht durch den 3. Strafsenat meinen Antrag auf gerichtliche Überprüfung ab, ohne die Schwere des erlittenen Missbrauchs zu berücksichtigen. Die Beweise für seine Täuschung wurden ignoriert, und die beteiligten Parteien wurden nicht einmal befragt.
Ich fordere eine dringende Überprüfung dieser Entscheidung. Missbrauch darf nicht ignoriert oder verharmlost werden. Jede Betroffene hat das Recht auf eine gründliche Untersuchung und darauf, dass die Täter zur Rechenschaft gezogen werden. Ich rufe zum Handeln auf: Diese ungerechte Entscheidung muss aufgehoben werden, damit Sexualstraftäter nicht weiter straflos bleiben und Opfer die Gerechtigkeit erhalten, die sie verdienen.
Es ist an der Zeit, dass das Justizsystem seine Fehler eingesteht und sich auf die Seite der Opfer stellt – nicht der Täter!
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